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Nuria Espert

Nuria Espert

Excelentísimo Sr. Rector magnífico
Excelentísimas autoridades
Claustro Universitario
Señoras y señores,

Desde niña, la poesía y yo hemos sido grandes amigas. Mis padres, actores aficionados y amantes de la poesía, me enseñaron como un juego, unos cuantos versos que me hacían recitar ante los amigos. Yo era timidísima y decir poesías en voz alta me ponía en un estado de exaltación y terror con el que he aprendido a convivir. Sigue acompañándome hasta el día de hoy.

Esos versos que interpreto, recito, siento y explico un día tras otro, se convierten antes de la actuación en mi cerebro, en un bosque intrincado del que hay que entresacar cada palabra, pausa, respiración e iluminarlo para que pueda ser creíble y entendido por un oyente o por mil quinientos oyentes.

Dice Federico en el Romancero Gitano que en el teatro todo se comparte y uno nunca se sienta solo pero que la poesía le exige para poder desplegar sus alas la más absoluta y punzante soledad. 

Me imagino las letras del alfabeto, ahí, al alcance de todo el mundo, pero ellas saben que pueden ser elegidas para convertirse en un poema, en un romance, en un verso, en un grito, en felicidad o llanto. Todas y cada una esperan ser elegidas por un mago que valiéndose de ellas cree uno de los mundos poéticos más hermoso y personal de todos los tiempos.

Sintiéndome tan devota de la poesía de Lorca, tenía que llegar inevitablemente el que nos atreviéramos a llevar una de sus grandes obras al escenario. Y fue Yerma.

De adolescente, y también al comienzo de nuestra compañía, representé mucho teatro clásico: Calderón, Lope, Sor Juana Inés de la Cruz, autos sacramentales… en fin, me sentía preparada para Yerma pero no era capaz de imaginar cómo podrían unirse los dos mundos: el casi cotidiano “tómate un vaso de leche”,  trabajas demasiado, ya pasaron las yuntas?” y el poético más sublime.

"¡Ay qué prado de pena!
¡Ay qué puerta cerrada a la hermosura,
que pido un hijo que sufrir y el aire
me ofrece dalias de dormida luna!
Estos dos manantiales que yo tengo
de leche tibia, son en la espesura
de mi carne, dos pulsos de caballo,
que hacen latir la rama de mi angustia.
¡Ay pechos ciegos bajo mi vestido!
¡Ay palomas sin ojos ni blancura!
¡Ay qué dolor de sangre prisionera
me está clavando avispas en la nuca!
Pero tú has de venir, ¡amor!, mi niño,
porque el agua da sal, la tierra fruta,
y nuestro vientre guarda tiernos hijos.
como la nube lleva dulce lluvia”

Fuimos bendecidos por la suerte y tuvimos al grandísimo director de teatro, Víctor García, -con quien ya habíamos hecho Las criadas, de Jean Genet y con quien haríamos más tarde Divinas palabras de Valle Inclán- que fue capaz de conseguir que esos dos mundos fueran igual de reales y emocionantes.

Víctor, con la ayuda imprescindible de Fabià Puigserver, inventó una lona enorme sujeta por un pentágono de hierro. Una lona que, manejada por cinco actores, se transformaba en campo, cueva, montaña, ríos, y finalmente en un agujero negro que engullía a los dos protagonistas de la tragedia.

Costó muchísimo sufrimiento y temor llevar Yerma a buen fin. Pero así fue. En Buenos Aires celebramos sus 2000 representaciones con emoción y entusiasmo.
Olvidamos, en buena hora, las dificultades de todo tipo antes de su estreno: políticos, técnicos, económicos… ¡la disfrutamos por largo tiempo! Y cada palabra, cada verso, brillaba como una piedra preciosa.

Unos años más tarde tuve la fortuna de interpretar Doña Rosita la soltera, de Federico bajo la mágica dirección de Jorge Lavelli con un reparto extraordinario y ese texto trágico y transparente en manos de Lavelli se convirtió en uno de los más bellos y profundos espectáculos que he interpretado jamás.

Londres quería conmemorar el 50 aniversario de la muerte de Federico y me invitaron a dirigir una de sus obras. No había dirigido nunca, no hablaba inglés, pero cuando la gran actriz Glenda Jackson se interesó por La casa de Bernarda Alba, acepté sin vacilar. El montaje fue un gran éxito y lo repetí en Tokio e Israel, con actrices japonesas e israelíes. 

Años más tarde, Lluís Pasqual compuso una dramaturgia arriesgadísima y bellísima de Bodas de sangre -“Haciendo Lorca”- y allí estábamos, mi admirado y adorado Alfredo Alcón y yo volando de nuevo por los aires y abriendo nuestros corazones al poeta amado. Y con Lluís de nuevo, esta vez también sobre el escenario como actor, representamos La oscura raíz.

Años más tarde, montó La casa de Bernarda Alba en el Teatre Nacional de Catalunya. Yo me había prometido a mí misma no interpretar nunca el papel de “Bernarda” pero es evidente que no cumplo mis promesas.

¿Qué más?

350 recitales con Rafael Alberti, llenos de Lorca, cuando regresó del exilio. 

Y ahora, de nuevo con Lluís, tan enfermo de lorquitis aguda como yo, Romancero Gitano, que nos ha llevado ya a Argentina y Uruguay, al Piccolo de Milán, y a más de 50 ciudades españolas y sigue sin pausa su gira.

Lorca me abrió las puertas del mundo entero. Él no teme a las traducciones (que a mí me aterran), ni a las diferentes culturas; ni a la gente que no tiene un conocimiento previo de la poesía. ¿Qué habría sido mi vida, mi carrera, mi yo, sin él?

¡Gracias Federico!

Y terminaré con su poema “El sueño de las manzanas

Pero antes,
Gracias Excelentísimo Rector.
Gracias por la laudatio.
Gracias de nuevo, Universidad Carlos III.
Gracias a las universidades a las que tanto pedimos y en cuyos resultados ponemos tantas esperanzas. 

"Quiero dormir el sueño de las manzanas,
alejarme del tumulto de los cementerios.
Quiero dormir el sueño de aquel niño
que quería cortarse el corazón en alta mar.
No quiero que me repitan
que los muertos no pierden la sangre;
que la boca podrida sigue pidiendo agua.
No quiero enterarme
de los martirios que da la hierba,
ni de la luna con boca de serpiente
que trabaja antes del amanecer.
Quiero dormir un rato,
un rato, un minuto, un siglo;
pero que todos sepan que no he muerto;
que hay un establo de oro en mis labios;
que soy el pequeño amigo del viento Oeste;
que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.
Cúbreme por la aurora con un velo,
porque me arrojará puñados de hormigas,
y moja con agua dura mis zapatos
para que resbale la pinza de su alacrán.
Porque quiero dormir el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar".