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D. Santiago Carrillo

Discurso del Sr. D. Santiago Carrillo

INTERVENCIÓN DE SANTIAGO CARRILLO EN LA UNIVERSIDAD CARLOS III

I: Agradecimiento al homenaje. Las personalidades que me lo ofrecen.

II: La reconciliación de los españoles.

III: Esta distinción es más apreciada por venir de una universidad joven, la Carlos III nacida en plena democracia y regida por uno de los redactores de la constitución del 87, Don Gregorio Peces Barba, que acompañado de un selecto equipo de colaboradores, ha conseguido en poquísimos años, dotarla de un sólido prestigio académico. En mi juventud no tuve la posibilidad de acceder a la enseñanza superior, entonces reservada fundamentalmente a los ricos. Acudiendo quizás a términos demasiado manidos, mis universidades fueron la lucha, los largos años de exilio, el conocimiento de la política y la cultura de otros países, las muchas horas de lectura y la relación directa con algunas de las personalidades que han dejado su huella en el siglo que está acabando. La verdad es que, aún no olvidando las amarguras del exilio, debo admitir que éste contribuyó a proporcionarme una experiencia y unos conocimientos que ningún doctorado universitario hubiera podido aportarme.

Y no atribuyan estas palabras a orgullo, pues estoy sinceramente convencido de que los méritos que con su distinción premia hoy la Carlos III, no son exclusivamente míos. He trabajado siempre con equipos compuestos por camaradas inteligentes y valerosos que han contribuido a una obra colectiva, de muchos. Citar nombres haría la relación interminable. La mayor parte han muerto, entre ellos Dolores Ibárruri y Julián Grimau. Otros viven y a algunos les veo ocupando funciones de responsabilidad en otros partidos de Izquierda o en tareas de Estado. Si en un momento consideré estas evoluciones como un fracaso personal, hoy tras la profunda crisis del movimiento comunista y los cambios de la situación internacional, he llegado a considerarlos algo así como una transferencia que puede favorecer al movimiento de izquierda y progresista.

Creo que uno de mis méritos fue favorecer en el partido comunista la participación de muchos universitarios en las labores de dirección superando una tradición sectaria que exigía para ser dirigente, venir de la clase obrera, renunciando al plus de cultura que podían añadir en el plano político teórico, los universitarios.

En general, en el tiempo en el que yo he asumido su dirección el P.C. ha hecho una nueva definición del papel de las fuerzas de la cultura en la sociedad, considerándolas parte de los sectores motrices del movimiento progresista, junto con el mundo del trabajo. Hoy estoy aún más convencido de la necesidad de que la ciencia y sus oficiantes, ocupen un papel de primer orden en el enfoque de las soluciones a los problemas de la actualidad, soluciones de las que depende incluso la supervivencia del género humano. Una ciencia y unos científicos inspirados por un nuevo humanismo, basado en la necesidad de un gran cambio ecológico, político y social. En realidad este cambio ha pasado de ser el objetivo liberador de una clase oprimida, a ser una necesidad histórica para la supervivencia de la raza humana y la conservación del planeta.

A mi ya crítica edad me alarma que la sociedad, tras la crisis del movimiento comunista, parezca orientarse a la hegemonía de ideologías que en otros tiempos pudieron tener sentido progresista, pero que hoy constituyen un gran obstáculo para la emancipación humana y que han penetrado incluso en amplios sectores de izquierda. Me refiero a la ideología del neoliberalismo.

Los países de la Europa desarrollada habían logrado alcanzar un modelo de estado que significaba un gran avance sobre el modelo de estado capitalista que conoció Marx: el Estado social de derecho o Estado de bienestar , en el que valores que anteriormente eran considerados una mercancía hablo del trabajo, la vivienda, la educación y la sanidad , habían sido proclamados derechos, como otros de carácter humano y político de los ciudadanos, consagrados por las revoluciones burguesas. Aunque esos nuevos derechos tropezaran para su aplicación con los obstáculos de un sistema económico social en el que prima la obtención del beneficio privado y exigían la presión de los sectores sociales progresistas para cuajar en realidades cotidianas, su inscripción en las leyes suponía un avance histórico tan importante que un filósofo marxista, Marcuse llegó a considerar ese Estado como una fase de transición entre el capitalismo y el socialismo.

La Revolución de octubre de 1917 en Rusia había favorecido objetivamente la victoria de las reformas reclamadas por el movimiento obrero en Occidente. De la misma manera el hundimiento del llamado socialismo real, la ausencia de un modelo de Estado que sea una alternativa al sistema capitalista, ha debilitado al movimiento obrero y socialista en Occidente y ha abierto un enorme vacío ideológico que, momentáneamente, ha sido ocupado por el neoliberalismo.

Mucha gente ha caído en la trampa de considerar que el capitalismo es la definitiva y última formación social del desarrollo histórico; han llegado a aceptar que la opción socialista pertenece al pasado y entre ellos se encuentran incluso líderes de partidos de izquierda. Y sobre los que nos oponemos a este abandono, a esta capitulación ideológica ha caído la acusación de ser una especie de dinosaurios, que vivimos en un mundo que ya no existe.

En esta sociedad mediática, en la que la formación de la opinión pública está a veces más que en la mano de los Partidos en la de unas cuantas empresas propietarias de los medios de comunicación, para los políticos es más cómodo plegarse a los dictados del neoliberalismo que combatirlos. Así las ideas de que la sociedad no puede resistir al Estado de bienestar, que éste tiene que ser reducido y reformado porque es "económicamente inviable" pocos se atreven a confesar que se trata de suprimirlo a la vez que se pronuncian por políticas de contención de los salarios y empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores y de crecimiento de las rentas empresariales, se han extendido considerablemente.

Uno de los argumentos más utilizados en esa dirección consiste en que la población inactiva crece por el aumento de la media de vida, y que el número de los que trabajan y crean la riqueza social, no va a ser suficiente para mantener al de los que no están en edad de trabajar. Este argumento es una falacia pues los progresos tecnológicos permiten que las sociedades desarrolladas sean cada vez más ricas con menos trabajadores. Y una sociedad más rica ¿por qué razón habría de reducir la parte de su riqueza dedicada a la protección social?

El problema real de esta sociedad no es ese, sino su incapacidad para asegurar trabajo y bienestar ala juventud e incluso a los adultos de cierta edad. El capitalismo neoliberal, cuanto más se desarrolla la tecnología, más impotente es para organizar racionalmente la vida de la sociedad.

Si vamos claramente al fondo de las cosas lo que estamos presenciando tras el fracaso del socialismo real, es el fracaso del capitalismo, su incapacidad para organizar una vida verdaderamente humana para los habitantes del planeta, su tendencia objetiva al enriquecimiento de una minoría y el empobrecimiento de la mayoría, el culto al becerro de oro en detrimento de toda sensibilidad y humanismo, la exacerbación del individualismo egoísta, convirtiendo la sociedad en una jungla, donde prosperan los más fuertes y sucumben los más débiles.

El neoliberalismo amenaza con provocar una profundización de las contradicciones sociales, un ahondamiento de los conflictos que podrían hacer que el siglo XXI sea tan violento como lo ha sido el siglo XX. Nada ni nadie nos garantiza que el sistema no trate de resolver sus problemas en el siglo XXI como lo hizo en el siglo XX con guerras horrorosas que diezmen a la población humana. En todo caso las políticas armamentísticas siguen adelante, pese a las promesas de que la paz estaba asegurada tras el fin de la llamada guerra fría, lo que es motivo suficiente de alarma. Algunos pensarán que esto es tremendismo y hasta sonreirán con aire de superioridad. Por desgracia siempre ha habido imbéciles que se consideran demasiado listos y que practican la filosofía panglosiana hasta que el agua llega a su propio cuello.

Tenemos que estar en guardia contra los peligros que estas tendencias pueden acarrear al sistema democrático. La democracia tal como la entendemos presupone un nivel de justicia social sin la cual el consenso sobre las reglas del juego se rompe, abriendo el camino a la dictadura. De ahí que yo no pueda tomar en serio las invocaciones de políticos y publicistas que tratan de vender la democracia a países donde ese consenso no existe y que ni siquiera tienen una conciencia nacional, manteniéndose aun en un estado tribal. En esos casos creo que lo que están reclamando no es democracia sino poderes dóciles a sus dictados que garanticen los negocios del capital extranjero sin veleidades de independencia, aunque dichos poderes funcionen sin respetar los derechos humanos. En realidad esos pueblos atrasados necesitan previamente a la democracia unas estructuras políticas que les proporcionen el lema de Joaquín Costa: "Escuela y despensa". Quizá tengan que pasar por una fase de "despotismo ilustrado" o algo semejante.

Quizá algunos de ustedes se pregunten a qué viene este alegato socialista o comunista en el acto de recibir una distinción que tanto me honra.

Y la verdad es que no acostumbrado a distinciones de este género, que rechacé siempre cuando quisieron discernírmelas en países que no eran el mío, he venido a este acto con el prurito de hacer saber a los que fuera de aquí pudieran verlo con malevolencia que yo no he renunciado a mis ideas. Entre el hombre cargado de años que hoy os habla y el muchacho que a los catorce años ingresó en la Juventud Socialista y a los veintiuno en el Partido Comunista por más que pienso sólo encuentro una diferencia: Entonces yo no apreciaba el valor de la democracia como he aprendido a apreciarlo en los largos años en que la perdimos. Antes yo hablaba de democracia burguesa. En cambio hoy considero que la democracia expresada en una serie de derechos humanos, políticos y sociales es una de las conquistas populares más importantes que debemos cuidar como a las niñas de nuestros ojos, cultivarla, desarrollar y defender si es necesario con la vida. Y que los cambios sólo son perdurables cuando el pueblo está identificado profundamente con ellos y participa de forma efectiva en su gestión.

Éste es el cambio que he podido experimentar. Por lo demás sigo siendo el mismo hombre que era a los veintiún años, con aspiraciones semejantes aunque aleccionado por la experiencia y sabiendo que para cambiar la sociedad es más importante convencer que vencer.

De nuevo ¡gracias a la universidad Carlos III por este honor y muy personalmente a su rector Gregorio Peces Barba, gracias a Tomás De La Quadra Salcedo, gracias a Adolfo Suárez, cuyo papel personal en la transición fue tan decisivo y le ha valido el aprecio y el respeto de todos los demócratas españoles!. Gracias también a los que me honráis hoy con vuestra presencia en éste acto.