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Escenarios de transición energética. Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia)

Amaya de Miguel

Durante mi voluntariado en la sede de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, en Medellín, trabajé con el grupo de investigación de Ciencias de la Decisión en un proyecto sobre escenario de transición energética. Mi tarea principal fue desarrollar un modelo de dinámica de sistemas para estudiar la difusión de sistemas de almacenamiento de energía (ESS) junto a instalaciones fotovoltaicas conectadas a la red.

El trabajo comenzó con la recopilación y procesamiento de datos sobre generación solar, precios de la electricidad y demanda, que luego utilicé para construir la base del modelo. A partir de ahí, el objetivo fue representar cómo estas tecnologías podrían expandirse en Colombia bajo distintos escenarios, considerando los ingresos por arbitraje de energía y la necesidad de incentivos externos para hacer viables las inversiones. El modelo también nos permitió ensayar diferentes políticas de apoyo, como subsidios a la inversión, cargos por confiabilidad o pagos por servicios complementarios, y comprobar en qué condiciones el almacenamiento junto a la solar podría convertirse en una alternativa real para el sistema eléctrico.

Más allá del trabajo técnico, esta experiencia me llevó a reflexionar en profundidad sobre la transición energética desde una perspectiva global. En Occidente solemos entender este proceso —y también el discurso del decrecimiento— desde una posición cómoda: reducir el consumo energético y las emisiones como un deber ineludible para respetar los límites del planeta. Y es cierto, estas políticas son absolutamente necesarias. Pero es una visión egoísta si no se tiene en cuenta que nace desde sociedades ya desarrolladas, con los recursos tecnológicos y económicos suficientes para hacer una transición hacia un sistema más verde.

La realidad de los países en vías de desarrollo es distinta. En ellos la demanda energética sigue creciendo porque mejora la calidad de vida de la población, aumenta la cobertura eléctrica y se expande la actividad industrial y económica. Desde el Norte Global es fácil pedir que todos los países reduzcan emisiones o limiten su consumo, olvidando que quienes hoy más exigen “volverse verdes” llevan décadas contaminando sin restricciones, acumulando una huella de carbono histórica que ya está hecha. Entonces, ¿no deberían tener también derecho los países que ahora atraviesan su fase de crecimiento a desarrollarse?

Creo que la clave está en reconocer que la transición energética no es un reto uniforme, sino heterogéneo según cada contexto. La responsabilidad debe ser compartida de manera proporcional a la capacidad económica y a la huella de carbono, tanto histórica como actual, de cada país. Es muy sencillo hablar de decrecer cuando la población ya tiene cubiertas sus necesidades básicas, pero ¿qué ocurre en aquellos países donde aún es prioritario que aumente la demanda energética para garantizar un mínimo de bienestar?

Colombia no representa un caso extremo en este sentido, pero la experiencia me ayudó a abrir los ojos frente a la complejidad del desafío a escala global. Entendí que la transición energética no puede plantearse solo como una carrera de metas comunes impuestas desde fuera, sino como un proceso de cooperación al desarrollo en el que cada país debe transitar según su realidad, con apoyo y corresponsabilidad internacional.