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Tengo que empezar por Eva. Estoy un poco nervioso. Tengo miedo. Empezar por Eva es empezar por el cuerpo y eso me asusta. No es empezar por la teoría o el pensamiento que me dan paz y tranquilidad sino que es empezar por el cuerpo que para mí es la guerra: nacer/copular/morir tres actos corporales y bélicos. No estoy nada cómodo: esta vez el principio no va a ser el verbo.

 

Las francesas han entrado al centro del ruedo directamente. Nos miramos entre todos. Nos han sorprendido. ¿Por qué digo las francesas si en el grupo hay un varón?

 

Eva me mete en el círculo. Yo no quería pero ha logrado meterme. Ahora me encuentro teniendo que mirar y mostrar mis manos a todos. Tengo ganas de salir corriendo. Como toda persona que se come las uñas – y que lo hace de forma violenta hasta descarnar los dedos –, mostrar mis manos no es algo fácil. Es mostrar mi talón de Aquiles. Mi punto más débil. Es presentarme al grupo en toda mi desnudez y vulnerabilidad.

 

Jaime mira mis manos y cierra los ojos.

 

No soporto mirar. Me siento mal. Esto está empezando mal. Muy mal. Quiero irme. Me empiezo a sentir mal hasta que llega Eva: me mira, me toma las manos, mira mis uñas… No sé, de golpe me empiezo a sentir mejor.

 

Ni bien puedo me voy a mi escritorio. Es el único lugar en donde me siento bien: miro escribo pienso.

 

¿Qué es Leganés? ¿Qué es esta ciudad tan fea? ¿Por qué estoy aquí? Al Qaeda alojó a sus terroristas en esta ciudad. No dejo de pensar en eso. ¿Por qué estoy en este lugar tan feo? Sus calles son feas. Sus casas. Sus tiendas. Tiene las plazas más feas que he visto en mi vida. No me gusta estar aquí y sin embargo Leganés ocupa un lugar importante en mi vida desde hace exactamente un año.  

 

Eva habla de recoger algo del cuerpo del otro y de dejar algo en el cuerpo del otro. Me gusta. Lo escribo. Lo estoy escribiendo en este mismo momento;. 

 

Sol siempre parece excesivamente preocupada. Tiene una intensidad que me recuerda a las heroínas de Caravaggio. Marta es lo opuesto: despreocupada y liviana se desplaza por el espacio como un verso de Mallarmé.

 

De pronto aparece una muñeca. Al principio me parece fea: un horror: me da miedo. Le tengo pánico a los muñecos. Es monstruosa. Pienso en Frankenstein y en la demostración del monstruo. Pero de pronto empieza a moverse y entonces me empieza a gustar: me seduce: es Giselle. ¿Y si el horror estuviera en la inmovilidad? ¿Y si el movimiento fuera lo único que nos puede asegurar la belleza?

 

Isabelle está resfriada. Pobre, pienso.

 

Suenan los acordes de Giselle. Mi abuela materna la bailó cuando era joven. No puedo dejar de pensar en ella que fue primera bailarina del ballet Nacional del Uruguay. Su imagen aparece una y otra vez. Cierro los ojos y escucho la música. Me hace bien pensar en mi abuela. Entonces pienso que finalmente la muerte es mentira o que como decía Malraux el arte es un verdadero desafío a la muerte.

 

Me vienen a anunciar que Odiseas también está resfriado. Nos van a terminar contagiando a todos, pienso.

 

Los cuerpos de Eva se atraen. Ella camina entre ellos. Por momentos parece que Eva no camina sino que levita a dos o tres centímetros del suelo.

 

El espacio se llena de flores. Isabelle estornuda. ¿Alergia al plástico? Luego el espacio también se llena de hilos. Los hilos me gustan. Eva los dispone de tal forma que ahora la escena parece ahora una pista de atletismo.

 

Sonsoles está en la oscuridad. No la veo. La busco varias veces con la mirada pero no la veo hasta que al final la descubro en medio de la penumbra. Apenas la puedo ver. Entonces pienso que ella forma parte de esas personas que trabajan en la oscuridad pero para que se haga la luz. 

 

¿Y Gema? ¿Dónde está Gema? Parece que nunca está y sin embargo siempre está en donde tiene que estar: ahí, cerca de uno, dando seguridad. Ella siempre va diez minutos antes que todos nosotros. Me hace pensar en el conejo de Alicia: nos gestiona el tiempo a todos para que acontezca el encanto.

 

Jaime nos habla del entreacto: el espacio intermedio en donde se da la transformación de Giselle: la idea me parece notable…

 

La jornada termina. Tengo todas las manos manchadas de tinta. Nunca me pasa. Creo que Eva ha logrado volver corpórea hasta mi escritura. Mis uñas esta vez no sangran sino que están llenas de tinta azul…

 

Eva, Sergio Blanco

eva