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Prof. D. Nicolás Sánchez-Albornoz

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Nicolás Sánchez-Albornoz

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Nicolás Sánchez-Albornoz

27 de enero de 2012, Aula Magna (Campus de Getafe) 


Magnífico Señor Rector de la Universidad Carlos III de Madrid


Señores miembros del claustro universitario


Alumnos


Amigos todos 


Para corresponder a la prenda o a la deferencia recibidas, la Península dispone en uso de un par de fórmulas. La más difundida es la expresión de gratitud, pero, en Portugal, la costumbre va más lejos. El receptor no responde con una mera cortesía, sino que se proclama obligado, giro que guarda flecos semánticos del viejo y humano sentido de la reciprocidad. La locución encierra una promesa de condigna contrapartida. Descarta pues una recepción pasiva del objeto o gesto brindados y la sustituye por una actitud activa, lo que me resulta preferible. 


El grado que la Universidad Carlos III de Madrid me concede hoy en muy honrosa compañía me emplaza a elegir una expresión capaz de transmitir el ánimo que me embarga. Si doy las gracias, por efusivas y sinceras que sean, me quedo corto. No reflejan debidamente mis sentimientos. Prefiero, por consiguiente, declararme honrado, pero, más aún, obligado al modo lusitano, es decir dispuesto a retribuir a la Universidad con fidelidad y colaboración sin límites la distinción que me confiere. A los alumnos y a los amigos aquí presentes pongo por testigos del compromiso que asumo gustoso. 


La obligación que contraigo con la Universidad se extiende, a mayor abundamiento, a su Departamento de Historia e Instituciones Económicas. De él partió la iniciativa que culminó con mi designación por la Universidad. Su director, el profesor Joan Rosés, acaba, por otra parte, de abrumarme en su laudatio. De ella acepto sus excesos como una ofuscación producto de la amistad. Mi reconocimiento se dirige asimismo al Rector y a los demás miembros de la corporación que presiden y dirigen de manera tan eficaz y digna. 


Mi relación con la Universidad Carlos III no data de hoy. Hace un par de decenios, el departamento de historia económica me invitó ya a tomar parte en sus actividades. De aquellos días guardo un recuerdo vivo y estimulante, así como un respeto por mis colegas. Mi admiración por ellos crece cuando descubro, al mirar hacia atrás, cuanto su empeño ha elevado la estima y la visibilidad del departamento, incluso fuera de nuestras fronteras. Unirse a una institución que apuesta permanentemente por su superación resulta  sumamente tentador y gratificante. 


Tampoco es la primera vez que tengo al Señor Rector delante. Pese a nuestras  dispares formaciones y especialidades científicas, recuerdo con fruición que compartimos hace años inquietudes que culminaron en una colaboración episódica. El fuerte del Rector sabido es que son las ciencias duras en la especialidad de estadística. Mi formación me retrotrae en cambio a las humanidades, relegadas al polo opuesto, el de las blandas. Ciencias duras y blandas persiguen asuntos y recurren a datos y procedimientos abismalmente diferentes. La distancia que las separa, no nos impidió sin embargo descubrir motivos para la reflexión y para un ejercicio en común. Las flaquezas de una de las partes fueron compensadas por las fuerzas de la otra. El resultado obtenido satisfizo las presunciones del intento y abrió modestos horizontes para la estadística y para la historia. La primera descubrió en unas series históricas específicas un campo de aplicación sin hollar. Por otro lado, los mismos datos alcanzaron un significado insospechado al ser sometidos a un tratamiento estadístico fuera, técnicamente, del alcance de un historiador con formación clásica. En ese ejercicio fruto de la flexibilidad que mostramos, la historia adquirió comprensión y profundidad, mientras que la estadística ganó en alcance. 


El recuerdo de aquella feliz colaboración me sugiere a continuación el tema de la alocución que me corresponde pronunciar. Mi intervención redundará en la idea que se desprende del comentario precedente sobre las ventajas que se derivan de la cooperación intelectual y práctica entre científicos de diversas especialidades. No me parece improcedente, sino más bien oportuno, aprovechar esta reunión de universitarios para rechazar enclaustramientos y echar un cuarto a espadas en pro de lo que cabría caracterizar en términos botánicos como polinización. Mi argumentación en favor del cruce entre ciencias no recurrirá a fundamentos teóricos, que se han amontonado a lo largo de los años, sino que aducirá experiencias. El escenario en el que emito el mensaje me parece por lo demás propicio a mi pretensión. El Día de la Universidad que celebramos, reúne a profesores y alumnos, dispersos en el día a día en sus especialidades docentes o de investigación, pero predispuestos a la colaboración intelectual por la tónica que respiran en esta ambiciosa universidad. 


El departamento de historia económica, motor de este doctorado, ¿qué enseña y qué investiga en resumidas cuentas, si no es un híbrido, un híbrido además relativamente reciente?  La historia y, en su sentido helénico, la economía doméstica tienen más de dos mil años de antigüedad en su forma escrita. Pero, así como la historia no cesó de dar a luz géneros que, con los debidos retoques, han llegado hasta nuestros días, la economía permaneció ese tiempo a ras del suelo. La economía no se sacudió su matriz doméstica hasta bien entrada la Modernidad. Duró como recetario intuitivo de actuaciones económicas relativamente simples. Sólo con la Ilustración, el género remontó vuelo hasta dotarse de un marco conceptual digno de conformar una ciencia. Es un lugar común referirse a Adam Smith como el padre de la economía. 


Historia y economía se desenvolvieron pues por milenios en paralelo y en forma desigual y sin interferencias. Fue en el siglo pasado cuando la distancia que las separaba se acortó y se abrió un terreno de convergencia entre ellas, parcial pero efectiva. A partir de entonces, la historia incorporó a su observación el repertorio de los acontecimientos económicos habituales. Es más, elevó a la economía al rango de factor explicativo de los procesos políticos, sociales y culturales, presentes y pretéritos. El cambio de óptica valió asimismo para renovar el arsenal de datos, técnicas y conceptos con que la historia opera. Ella ha abandonado, por otra parte, la obsoleta reivindicación de que su materia prima se halla constituida por datos singulares e irrepetibles, para admitir, en cambio, los datos seriados, susceptibles de análisis estadísticos. En su acercamiento a la economía y a otras ciencias, la historia se ha alejado de su matriz humanista para incorporarse al campo de las ciencias sociales. 


En la misma aproximación, la economía, la macroeconomía más que nada, ha dejado de ser presentista, si se me permite la expresión, para recurrir habitualmente a la retrospección. La economía ha dejado de circular por espacios planos para adoptar una perspectiva dinámica. Las nociones comunes de crecimiento, de desarrollo económico, o las de signo negativo, impregnan hoy cualquier análisis económico y encadenan a la economía al tiempo histórico. La economía acaba incluso haciendo ella historia. Insatisfecha con la versión que le llega desde la historia tradicional, se remanga y hace historia por sí misma. La historia económica se convierte en un instrumento preciado. 


La mezcla que originó la historia económica, volvió a darse en otros campos del saber. Por haberme ocupado también algo de ella, propongo a la demografía histórica por segundo ejemplo de mis aseveraciones. Las antiguas historias no dejaron de reseñar episodios de índole demográfica, pero una reflexión sobre cómo y en que dirección se desenvuelve la población sólo data de Thomas Malthus. Éste superó los tecnicismos ideados por sus predecesores, Graunt o Petty, para trazar el comportamiento vital de la población dentro de un contexto lindante con la moral, la economía y la historia. Ese primer maridaje de la demografía con la historia ha durado y, es más, ha sido revalidado por haberse pergeñado la teoría de la transición demográfica. Este concepto sobre un fenómeno en curso centrífugo, gradual y de alcance global ha venido a atar a la demografía sin remisión al carro de la historia. La demografía histórica consagra el enlace entre ambas. 


Si os estuviera hablando alguien con una trayectoria científica distinta a la mía seguramente confirmaría lo dicho valiéndose de ejemplos extraídos de otras áreas del saber. El avance asombroso experimentado por la ciencia en el siglo pasado ha renovado nuestra visión del territorio encerrado entre las partículas elementales de la materia y la cosmología, pasando por el campo de la fisiología humana. Es decir, los cambios recientes han abarcado todo. La zancada dada fue posible por el brote de ideas  originales y por la adquisición de informaciones nuevas con respaldo de sorprendentes recursos tecnológicos. Pero a ambos factores se añade también la ruptura de moldes y la fecundación por contacto entre disciplinas. La validez de este último argumento hallaría en los cambios científicos operados multitud de justificaciones. Ahora bien, la reiteración no agrega certeza y el tiempo reservado hoy a cada intervención se agota. 


Es hora pues de que cierre mi defensa, aunque la premura la deje incompleta. Aunque queden cosas por decir al respecto, espero que mis palabras si no han ganado convencidos, hayan por lo menos reforzado convencimientos. Para concluir no formularé una proposición final rotunda, sino apelo a un efecto visual. El valor que se desprende de él consiste en ser testimonio de sinceridad y coherencia. La extraña combinación de colores que lucen mi birrete y los botones de mi muceta dan cuenta de una vida dedicada a realizar lo que de palabra predico.