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Profesor José Antonio Martín Pereda

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa de el Profesor José Antonio Martín Pereda

Mis primeras palabras no pueden ser sino palabras de agradecimiento al equipo Rectoral de la Universidad Carlos III, así como a todos aquellos, compañeros de la aventura fotónica, que han querido concederme el título de doctor por esta Universidad, Universidad con la que, como muchos sabéis, no he dejado de tener contacto desde casi los primeros momentos de su creación. Recuerdo que conocí al recién estrenado campus de Getafe, dos años después de que fuera creado, en un curso sobre “Análisis y gestión de la Ciencia y la Tecnología”. Poco después fui al que luego sería el campus de Leganés, en otro curso sobre “Tecnologías emergentes” que se impartía en un pequeño edificio, fuera del actual recinto que entonces no existía. Y muy recientemente he conocido el nuevo campus de Puerta de Toledo, campus con el que, por razones personales, me siento sentimentalmente conectado ya que nací a escasos 500 metros de él.

Desde entonces hasta ahora mi vinculación con la Universidad Carlos III ha sido casi constante. Asistí primero a la creación del título de Ingeniería de Telecomunicación; luego vi cómo al Departamento de Tecnología Electrónica iban llegando los primeros profesores y se iban configurando sus distintos grupos. Finalmente participé, en ocasiones muy variadas, en diferentes procesos de selección de personal y otras actividades académicas. Ahora veo que esta Universidad tiene la inmensa generosidad de darme el nombramiento de Doctor, nombramiento que recibo con la duda de si habré sido verdaderamente merecedor de él y, mucho más, de si lo seguiré siendo en el futuro.

Mi caminar profesional en los últimos cincuenta años ha estado guiado, como ha mostrado con largueza la Profesora Carmen Vázquez en sus palabras, por tres estrellas que se han ido desplazando conmigo: la Fotónica, la Universidad y la I+D. Estrellas de las que al inicio sólo la segunda tenía el nombre que ahora las he dado. La Fotónica aun no había nacido y a la I+D se la designaba simplemente como Investigación; el Desarrollo vivía una vida aislada aplicado a muy diversos y dispares entornos.

Quisiera, por ello, dedicar estas mis palabras de hoy a estos tres conceptos y mostrar cómo, dependiendo de la manera con la que nos enfrentemos a ellos, los resultados pueden ser muy diferente. Resultados que no sólo repercutirán en sus actores, sino también en toda la sociedad de la que forman parte.

En 1898, Echegaray, cuyo centenario de su fallecimiento conmemoramos el año pasado, impartió el discurso de apertura de las cátedras del Ateneo con el título de “¿Qué es lo que constituye la fuerza de las naciones?”. En él decía: “Una nación que cultive la ciencia, y al cultivarla la posea desde sus más elevadas regiones hasta sus regiones más modestas, desde la ciencia pura hasta las aplicaciones industriales, desde el ideal abstracto hasta la práctica positiva … será una nación fuerte y poderosa y duradera en la historia”.

Y esa ciencia de la que hablaba Echegaray se cultiva en la universidad y se genera con la I+D.

Hablemos pues de la Fotónica, de la Universidad y de la I+D, porque todas ellas, sobre todo hoy, forman parte de la verdadera columna vertebral de la sociedad y, por extensión, de cualquier país. Lo que ahora conocemos como Fotónica nació en mayo de 1960, con la puesta en funcionamiento del primer láser de rubí. Pero su trayectoria había comenzado mucho antes, entre 1916 y 1917, cuando Marcel Duchamp también 2 iniciaba el camino de un arte nuevo con su “Fountain”. En estos días se cumplen cien años del artículo seminal de Einstein en el que se establecían las bases de la emisión estimulada 1 y, con ello, de la generación de radiaciones coherentes, esto es, del láser.

Desde ese momento, universidades y laboratorios de todo el mundo fueron avanzando lentamente para establecer configuraciones que probaran empíricamente la verdad de la teoría de Einstein. Fue un camino largo y, sobre todo, con muy poca resonancia tanto académica como tecnológica y mucho menos, en la sociedad. Se necesitaron casi cuarenta años para que el primer dispositivo basado en dicha teoría, el máser, se hiciera realidad. Las universidades, apoyadas en ocasiones por industrias y organismos estatales de diferentes características, tanto civiles como militares, fueron avanzando por un camino que no era seguro que diera los frutos deseados. Pero un resultado a corto plazo no era su objetivo fundamental. Lo que si era su objetivo fundamental era que, cuando se consiguiera, debería servir para unos determinados fines. Este planteamiento lo entendieron por igual los dos grandes bloques en aquel momento existentes, el occidental y la Unión Soviética. Ese pavimentar el camino, ese abrir senderos para que los que puedan venir detrás avancen más fácilmente, es la verdadera función de la universidad.

Aunque muchas veces, los que van abriendo esos senderos vayan quedando por el camino. Tras lo anterior se descubrió un senda por la que Ciencia e Ingeniería se decidieron a transitar y que nos ha llevado a lo que hoy cualquiera de nosotros puede ver a su alrededor.

Una de esas cosas que vemos es la llegada a nuestros hogares de datos de todo tipo que han viajado a través de fibras ópticas. También en estos días, hace poco más de cincuenta años, la primera propuesta de fibra óptica vio la luz 2 . Pero hasta llegar al artículo de Charles K. Kao, igual que para el láser, habían sido necesarias muchas propuestas, muchas intentonas que no habían dado frutos. De nuevo, universidades e industrias habían ido de la mano y los resultados a corto plazo no habían sido su objetivo. Era, igual que antes, un camino en el que se sabía hacia dónde se quería ir y a dónde se quería llegar. Pero no se conocían los detalles. En los entornos en los que estos postulados no se aplicaban, únicamente se limitaban a ver qué hacían otros y con qué ideas trabajaban.

Para que el escenario se completara hacía falta algo más. Algo que se sumara al concepto de la radiación láser y al del medio por el que ésta se desplazase, esto es, la fibra óptica. Ese algo que faltaba había nacido, también, mucho antes: era el emisor de luz coherente que tuviese las prestaciones adecuadas.

En 1953 Johan von Neumann, ampliamente conocido por sus trabajos en computación, planteó la posibilidad de que un semiconductor fuera apto como material láser 3 . Fue necesario esperar 9 años para que los primeros destellos de un láser hecho con arseniuro de galio pudieran recogerse. Lo consiguieron tres grupos independientes 4 : uno de General Electric, otro de IBM y otro de los Lincoln Labs., en Massachusetts. Era la industria de la mano de la universidad.

Y como fondo, diferentes organismos nacionales apoyando la iniciativa. ¿Puede extraerse alguna lección adicional de este hecho? Si, una y muy ilustrativa de cómo es la marcha de la tecnología.

Cuando la carrera para llevar a cabo el primer laser de semiconductor estaba en su máximo auge, el grupo de los Lincoln Labs. se detuvo para demostrar que lo que se estaba desarrollando podía tener una aplicación concreta; para ello, con el hermano menor del láser, el LED, consiguieron la primera realización de un pequeño enlace para la transmisión de televisión a 84 metros, por aire, a través de los tejados del MIT. El resultado, exitoso, apareció en la revista TIME. Pero este intento de vender el resultado antes de que fuera conseguido en su totalidad condujo a que los otros dos grupos que trabajaban en el mismo tema pudieran también avanzar en la dirección correcta, les alcanzaran y los tres grupos obtuvieran el mismo resultado al mismo tiempo. Nadie pensaba que la carrera era tan ajustada.

¿Qué nos enseña todo lo anterior? Nos enseña lo mismo que en cualquier otro campo de la Ciencia y la Tecnología.

Primero: que desde que la idea nace hasta que la idea ve la luz, implementada en una realización práctica, esto es, en un producto en el que la ingeniería ha ejercido su función, son necesarios muchos años. Nunca es “a corto plazo”.

Segundo: que en ese camino de la idea a la realidad, la universidad y la industria, los organismos civiles o militares, las instituciones públicas o privadas, que ven en ese concepto un fin determinado, van siempre de la mano aportando lo que es propio de cada uno de ellos.

Tercero, que tan solo reducir la velocidad con la que se lleva a cabo un estudio o un desarrollo, puede dar lugar a que otros lo consigan antes y el esfuerzo realizado sea inútil. Y esta reducción de velocidad acaece bien cuando los fondos disponibles mengüen o bien cuando se pretendan conseguir otros fines colaterales.

Tras los éxitos de unos, cabe también la pregunta de qué pueden hacer los otros, los que no han llegado, cuando ven que el resultado ajeno ha sido exitoso. Las posibilidades, de nuevo son tres. La primera es ver qué siguen haciendo los que ya ha llegado e intentar remedar lo que hacen. La segunda, si se aspira alcanzar una posición destacada, remediar con una ingente aportación de fondos esa línea y tratar de recuperar el camino perdido. La tercera, nada. Ninguna de todas ellas da los mejores frutos. Nuestro país se ha caracterizado casi siempre por seguir alguna de esas tres trayectorias que acabo de comentar. El caso de la fibra óptica es emblemático. En los setenta, se la miraba con curiosidad pero se confiaba poco en ella.

La tecnología existente satisfacía las necesidades de la sociedad de entonces y apenas se miraba lo que se hacía fuera, principalmente en el entorno industrial.

A principios de los ochenta, cuando ya la mayor parte de los países avanzados de nuestro entorno tenían grandes estructuras en universidades e industrias dedicados a ella, en el nuestro se la seguía mirando con curiosidad renovada y se toleraban minúsculos reductos en los que se la contemplaba con un cierto interés.

Solo a finales de esa década, las grandes compañías determinaron que la fibra óptica era algo con futuro y, de la noche a la mañana, se desplegaron 4 largos tendidos de fibra por toda España aportando unos fondos que antes eran inexistentes. Las universidades, también de la noche a la mañana, estimaron que ya debía ser tema de obligado estudio y con timidez la fueron tolerando en sus currículos. Todo el mundo la descubrió de pronto.

¿Qué había quedado por el camino? Apenas nada, porque nada se había intentado. Pero sí se quedaron posibles nuevos caminos, de tecnologías conexas, que se podrían haber abierto al socaire de lo que se estaba investigando. Lo que ya sólo se podía hacer era seguir el camino de los otros.

Estos casos que acabo de comentar ponen de manifiesto la importancia de la planificación a largo plazo, planificación que está casi siempre ausente en los grandes planteamientos tanto de las propuestas políticas como industriales o incluso académicas. Se habla de la importancia de la innovación, hasta se discuten sus leyes, pero no se dice sobre qué base o con qué substrato. Se pretende activar la economía, pero aparecen líneas tecnológicas en la que basarse. La mirada constante al exterior para adaptarse a lo que vaya ocurriendo en otros entornos es el denominador común. La tecnología está en la mayor parte de los casos ausente de toda propuesta y de cualquier oferta de futuro.

Un futuro que estará controlado, con toda seguridad, por una tecnología que no se parecerá en nada a la que conocemos hoy, pero que está ya siendo imaginada por alguien, en algún lugar. Y quizás, ojala, próximo a nosotros.

Pero este es un tema al que ya estamos todos acostumbrados.

Mis palabras deben llegar a un final. Solo me resta agradecer, de nuevo, a la Universidad Carlos III esta distinción que me concede y desear que los años venideros se recorran con un paso seguro que conduzca al objetivo que todos deseamos. Muchas gracias.