Laudatio Prof. Julio E. Checa Puerta
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Laudatio Prof. Julio E. Checa Puerta
Agradezco al Departamento de Humanidades: Filosofía, Lenguaje y Literatura que me haya asignado el privilegio de pronunciar estas palabras y al Consejo de Gobierno de la Universidad Carlos III que adoptara, por unanimidad, la decisión de conceder el título de doctora honoris causa a doña Núria Espert. Creo poder expresar, en nombre de mis colegas, el orgullo que sentimos por recibirla en nuestra comunidad. Sin embargo, confieso que no sé si estaré a la altura de lo que esta ocasión exige. En tiempos de estadísticas y algoritmos, ¿cómo referir convenientemente los méritos que acompañan a alguien que se dedica al teatro? ¿cómo fijar en una gráfica un arte esencialmente efímera? ¿cuáles son las evidencias que delatan la expresividad de un gesto, lo atinado de una réplica, el poder transformador de una entonación, la elocuencia de un silencio o la belleza de una palabra? Me alivia algo considerar que si Platón concluyó el Hipias mayor, un diálogo dedicado íntegramente a dilucidar qué cosa fuera la belleza, con la sentencia “lo bello es difícil”, yo estaré disculpado por no avanzar mucho más en las explicaciones que debiera ofrecerles hoy aquí.
No obstante, en esa exposición de los méritos que justifican este nombramiento, supongo que tal vez podría ayudarme del listado de premios con los que Núria Espert ha sido distinguida desde que comenzara su carrera, allá por el año 1949, en el teatre Romea de Barcelona. El mismo donde hace exactamente dos días finalizaba las funciones del Romancero gitano. A lo largo de estos 71 años de profesión, son tantos los galardones, que su relación excedería el espacio que tengo aquí asignado, por lo que quizás resulte aconsejable hacer una brevísima selección que incluya, al menos, la Creu de Sant Jordi (1983), el premio Princesa de Asturias (2016), y el Premio Europa de Teatro (2018); para concluir con el dicho popular, que destila una socarronería no muy alejada de Platón: “algo lleva el agua, cuando la bendicen”. Pero el brillo de los premios ni alcanza a expresar suficientemente el éxito, ni termina de esconder la fragilidad del teatro. Escuchen esta confesión de la actriz, evocando el periodo posterior a su primer gran éxito con la Medea de Eurípides, en 1954: “nadie llamó. Absolutamente nadie. Fue una sensación de vacío absoluto, y una buena lección acerca de lo imprevisible que es el mundo del teatro […] yo malvivía haciendo doblaje y algunas cosas de radio”.
Su trayectoria profesional resulta imposible de condensar en unos pocos minutos, pues además de su trabajo como intérprete, directora y empresaria, también se ha desempeñado como gestora, nada menos que al frente del Centro Dramático Nacional, en compañía de José Luis Gómez y de Ramón Tamayo, entre 1979 y 1981. Por ello, se me ocurre que en este propósito de dar cuenta de su excelencia artística, quizás pueda ayudarme de otros listados complementarios, en los que se ordenen aquellos personajes, obras, autores, directores, intérpretes, teatros, géneros y tareas que han ido apareciendo a lo largo de la carrera profesional de Núria Espert. Créanme: no existe hoja de cálculo capaz de acogerlos a todos con la calidez que merecen quienes han llegado a alcanzar, o a mostrarnos, esa almendrita de la que hablaba William Layton y que Núria tan bien conoce. Por ello, fantaseo con tomar prestada la idea de Aby Warburg y proponerles un atlas Mnemosyne de Núria Espert. Podría comenzar con las voces Actriz, Albee, Armando, Bernarda, Brecht, Brook… hasta terminar con Shakespeare, Teatro, Verdi, Xirgu, Yerma o la Zapatera prodigiosa. ¿Y para el centro…? Ay, para el centro siempre dos García: Federico y Víctor. Ahora, que cada cual imagine las combinaciones.
Yo les propongo aquí un posible hilo conductor: En los años 50 trabajó para la compañía Lope de Vega, dirigida por José Tamayo, hasta que formó compañía propia, en 1959, con su marido, Armando Moreno. Con esta compañía pusieron en pie montajes tan emblemáticos como Las criadas, de Jean Genet, o La persona buena de Sezuán, de Bertolt Brecht, además de obras de Alejandro Casona, quien acababa de regresar del exilio, Jean Paul Sartre, Valle Inclán o Federico García Lorca. El montaje de Yerma (1971), dirigido por Víctor García, supondría uno de los hitos de su carrera como intérprete, además de la puesta en escena de Doña Rosita la Soltera (1980), con dirección de Jorge Lavelli. Estos montajes dieron la vuelta al mundo y proyectaron internacionalmente el nombre de la actriz, que recibió el encargo de dirigir a Glenda Jackson en la puesta en escena londinense de La casa de Bernarda Alba (1986) y que le abrirían también las puertas de la dirección operística, con títulos como Turandot, Rigoletto, Madama Butterfly…, representados en los mejores teatros de ópera.
Como les anuncié, seguramente he sido incapaz de trasladarles con acierto las razones que justifican esta distinción; y los límites de espacio no sirven de excusa. Por suerte, una laudatio también se presta al agradecimiento y, dejando para otra ocasión los motivos propios, me limito a reconocer la deuda colectiva: durante los tiempos más grises, Núria Espert hizo posible un teatro luminoso, en el que resonaron voces que habían sido silenciadas y se mantuvieron con dignidad otras que estaban a punto de serlo. Cuando ha llegado un periodo algo menos convulso, su trabajo nunca ha resultado banal ni ha eludido el compromiso personal con el arte; ni el del arte con la ciudadanía. Y todo eso en dos lenguas extraordinarias.
En su conocida charla sobre teatro, leída en Barcelona en 1935, decía Federico: “El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera. El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre. Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo.” Esto, que vale para un pueblo, debe valer también para su Universidad. Muchas gracias.