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D. Marcial Pons Abejer

Discurso del Sr. D. Marcial Pons Abejer

Excelentísimo y Magnífico Señor Rector. llustrísimas autoridades académicas de la Universidad Carlos III Queridos profesores y queridos amigos:

Debo empezar estas breves palabras, que pretenden sólo expresar agradecimiento, acogiéndome al tópico que suele manejarse en situaciones como la que yo estoy viviendo en este instante. En realidad, no podría aclarar si se trata de emoción o de un vulgar encogimiento de ánimo, algo así como ese fenómeno conocido como miedo escénico, gravemente acentuado, sin duda, por razones propias de mi edad. Sea lo que fuere, puedo decirles que pocas veces , si es que ha existido alguna, he sido consciente de vivir una situación emocional como la que ahora y muy a duras penas trato de contener.

Los que me conocen saben, por otra parte, que soy persona amante de la palabra y de la conversación y, en razón de ello, resulta algo incongruente el nerviosismo que me acompaña cuando debo hablar en público. Dicho esto y seguro de su benevolencia y comprensión, tengo que manifestar que me siento muy feliz de participar en el acto que estamos viviendo y, no sólo por esta cuota de protagonismo que se me ha concedido sino y sobre todo, por encontrarme aquí, porque sea precisamente en el ámbito de esta universidad, con la que, desde su fundación, me he sentido identificado, tanto personal como profesionalmente.

No soy tan ingenuo, sin embargo, ni tan presuntuoso, como para pensar que el honor, el extraordinario honor que me concede la Universidad Carlos III de Madrid corresponde a los méritos de mi persona. Ni tan si quiera después de escuchar las palabras del Profesor Illescas. Es obvio que, a lo más, yo sólo soy el inspirador de una idea que ha ido encontrando los intérpretes adecuados a lo largo del tiempo. Se me ha concedido, por añadidura, la inmensa fortuna de transmitir a mi familia, a mis hijos y a mis nietos, el gusanillo y, por qué no decirlo, el amor a este mundo del libro. Actualmente, puedo ver con satisfacción cómo en todos ellos ha prendido el compromiso de continuidad.

Yo, sólo he sido lo que verdaderamente he querido ser. Un librero. He dedicado toda mi vida a los libros, a sus autores y a los lectores. A lo largo de mis muchos años de actividad como librero he tenido la oportunidad de conocer mucha gente. De todos he aprendido. Muchos de ellos me han honrado con su confianza, incluso con su amistad. Y es que esta profesión, cuando se ejerce con seriedad y desde el compromiso de servicio y de atención al cliente, siempre es generosa y compensa con creces de cualquier esfuerzo y sacrificio.

Todos los que me conocen saben que, en este sentido, me considero un verdadero privilegiado y que mi trabajo sólo ha consistido en dedicación, constancia y esfuerzo, aunque, bien es cierto, que puestos a disposición de una hermosa causa.

A este respecto, no me resigno a no hacer referencia al famoso cuento de los tres canteros medievales que preguntados por un curioso paseante sobre lo que estaban haciendo, el primero respondió de forma un tanto insolente:

...Pues, no lo ves? Yo estoy picando piedra El segundo, algo más respetuoso y con cierto énfasis, dijo:

Trabajo para alimentar a mi mujer y a mis hijos. Les doy techo y vestido El tercero, sin dejar de dar golpes al granito, contestó:

...Yo, estoy construyendo una catedral...

De alguna manera, permítanme decirlo con todos los respetos, una librería se asemeja a una catedral. Su construcción no puede ser producto de la improvisación, sino más bien, ejercicio de perseverancia, de querencia, de vocación en definitiva. Vocación, sobre todo en el sentido de rastrear el patrimonio cultural, , de culto por tanto y también de encuentro. En efecto, con el paso del tiempo, entre las paredes de la librería, se va forjando la memoria de las cosas, de las ideas y de las personas. Todo lo que tiene que hacer el librero es crear el ambiente más propicio para su conocimiento y transmisión.

Esta es, en torpe síntesis, sin duda, la forma en la que el OFICIO DE LIBRERO ha pervivido a lo largo de los tiempos y muy especialmente desde la implantación de la imprenta. De este modo, obras como "EL ESPIRITUDE LAS LEYES de MONTESQUIEU, se ha ido conociendo y transmitiendo de generación en generación, desde que viese la luz en el año de 1748. Esta distinción de la medalla de honor que hoy me impone la Universidad Carlos III lleva implícita una correspondencia al mérito de cuantos profesionales me han precedido en este noble oficio de librero.

Sean, en cualquier caso, las últimas palabras de GRATITUD, tal como ya anticipaba al comienzo de este pequeño parlamento.

En primer lugar, mi profundo agradecimiento al Profesor Doctor Rafael Illescas por su cariñosa exposición que, por encima de todo ha evidenciado un cabal reconocimiento del papel del librero como intermediario de la "libre circulación de las ideas", y en lo que a mí respecta, y cómo se lo agradezco, mucho afecto y cordialidad.

Finalmente, quiero dejar bien patente la deuda de gratitud que he contraído con esta modélica institución que es la Universidad Carlos III de Madrid.

La medalla que hoy se me impone representa para mí un verdadero honor. Un regalo preciadísimo y, por supuesto, la culminación de una buena parte de mis aspiraciones personales y profesionales.
Muchas gracias