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Prof. D. Alberto Molinari

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa del Prof. D. Alberto Molinari

Alberto Molinari en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa en 2016

Día de la Universidad, 29 de enero de 2016.

EXCELENTÍSIMO Magnífico Rector de la Universidad Carlos III de Madrid, Sres. y Señoras Vicerrectoras, Ilustrísimas autoridades académicas, claustro de profesores, señoras y señores.


Estoy profundamente emocionado y es para mí un gran honor recibir esta distinción que me concede su Universidad.


Me siento muy vinculado a la Universidad Carlos III de Madrid gracias a la cooperación científica con el profesor José Manual Torralba y su equipo, la cual empezó a comienzos de los años 90 y ha seguido creciendo a través de la participación en el proyecto de la Cátedra Höganäs. El catedrático Torralba concibió este proyecto, desarrollado a lo largo de quince años, que es un excelente ejemplo de la cooperación fructífera entre la universidad y la industria. Contó entre sus participantes con varios doctorandos de la Universidad Técnica de Viena, la Universidad Carlos III de Madrid, la Academia Eslovaca de Ciencias de Košice y la Universidad de Trento, y tengo el placer de recordarles que mi madrina, la profesora Mónica Campos, fue una de las primeras en esta participación. Esta estrecha relación científica me ha permitido reconocer de primera mano y apreciar las cualidades y el prestigio del que goza su Universidad, y les expreso mi más sincera gratitud por este honor que hoy me otorgan y por la consideración que están manifestando hacia  mi trabajo académico.


Al recibir este título de Doctor Honoris Causa, me viene a la mente mi maestro, el profesor Alberto Tiziani, de la Universidad de Padua. No solo estimuló mi interés en la pulvimetalurgia, sino que también recibí de él grandes enseñanzas que traté de aplicar a mi trabajo y que transmití a mis estudiantes. La más importante de ellas, en relación con la investigación científica, es que cuando se procede a la lectura de artículos sobre la teoría, así como a la realización de experimentos y al análisis de resultados, hemos de practicar la sensibilidad crítica. Esta enseñanza me fue de inestimable importancia cuando realizaba mi proyecto de máster en la era anterior a los ordenadores, y aún más importante, si cabe, lo es ahora, momento en el que nuestro trabajo se apoya en herramientas y en las aplicaciones de la Informática y de la Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC). De la misma forma que en el pasado pude observar, por poner un ejemplo, un enfoque falto de sentido crítico hacia los resultados ofrecidos por las nuevas técnicas experimentales basadas en las sofisticadas espectroscopias,  también hoy corroboro el mismo tipo de enfoque hacia los resultados de la Informática y las TIC. Algunas veces, los resultados de estos trabajos se dan por válidos, en particular por parte de los estudiantes y los compañeros más nóveles, sin un análisis crítico en torno a su fiabilidad e importancia. Sin lugar a dudas, soy consciente de la gran utilidad de estas herramientas, pero todavía soy de la opinión de que el ordenador no puede substituir plenamente al cerebro bien entrenado de un hombre y de una mujer.


Esta sensibilidad crítica se ha de cimentar sobre un marco teórico sólido y la aptitud para el razonamiento. En nuestros países, los ingenieros de materiales trabajan en su mayoría para la industria manufacturera en el desempeño de tareas relacionadas con el desarrollo del producto, el control de calidad y una mejora continua. En este contexto, el conocimiento de los principios fundamentales del comportamiento de los materiales, de los procesos tecnológicos y del diseño de metodologías, así como los métodos para aplicarlos a los casos prácticos a partir del razonamiento, es la mejor herencia cultural que podemos dejar a nuestros estudiantes para ayudarles en su desarrollo.


Los académicos son los profesores y los investigadores, y nuestra investigación afecta de forma positiva a la calidad de la educación, ya que a través de la investigación estamos continuamente mejorando y actualizando el conocimiento que transferimos a nuestros estudiantes.


La enseñanza y la investigación son las dos actividades fundamentales de un académico. La Universidad posee el alcance social para apoyar el desarrollo social y económico de la humanidad a través del desarrollo y la divulgación del conocimiento. La investigación es al desarrollo lo que la enseñanza es a la divulgación del conocimiento. Se nos pide que hallemos el equilibrio adecuado y la combinación entre estas dos actividades. A tal efecto, los procedimientos que se tienen en cuenta a la hora de evaluar al profesorado universitario deberían conceder la misma importancia a las dos actividades. En mi país, esta evaluación se basa únicamente en el rendimiento científico del profesorado y esto no contribuye a establecer una comunidad académica equilibrada. En efecto, de forma particular los compañeros más jóvenes se ven obligados a concentrar su trabajo en la investigación, con el riesgo de que se dediquen menos esfuerzos a la enseñanza, que es el medio de divulgación del conocimiento. De esta forma, la Universidad poco a poco irá desatendiendo su papel en la sociedad.


Nuestros estudiantes, todos nuestros estudiantes, son el motivo de existencia de la Universidad y, por ende, de nosotros como profesores. Son exigentes, por supuesto. Al hacerme mayor, me voy dando cuenta de cada vez una mayor diferencia entre ellos y el estudiante que yo fui a mediados de los años 70. Sin embargo, el hecho de trabajar con ellos es una gran oportunidad, dado que nos ayuda a entender la evolución del mundo. Además, nos pueden devolver los esfuerzos con su diligencia y su rendimiento; algunas veces, nos aportan también emociones únicas. Hace algunos años, estuve aquí como profesor visitante para impartir un curso de doctorado. Dos años más tarde leí en los agradecimientos de la tesis doctoral de uno de los estudiantes de ese curso: “Alberto, tus lecciones me abrieron los ojos”. Nunca olvidaré lo que podía hacer con mis lecciones, y quiero dedicar este título honorífico a todos mis estudiantes.


¡Muchas gracias a mi maestro; a mis estudiantes; a mi madrina, la profesora Mónica Campos; al profesor José Manuel Torralba; al Excelentísimo y Magnífico Señor Rector y a las Ilustrísimas autoridades académicas de la Universidad Carlos III de Madrid!